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Análisis del film “Camila” de María Luisa Bemberg (página 2)




Enviado por Sebasti�n Brarda



Partes: 1, 2

   En este contexto arriba Rosas al gobierno,
luciendo una imagen redentora
y dispuesto a ensalzar y endiosar su figura hasta las más
extremas fracciones. Comienza entonces, con la construcción de un orden
unánimemente federal, expresándose notoriamente en
la vida social, que se vio ceñida totalmente bajo el
emblema de la lealtad federal, un período de dominio total de
las masas, tan acorde con la relación paternalista del
patrón con la peonada. Su condición como
imán de la plebe y el vulgo, del sector gauchesco, le
adjudicó un pasmoso y portentoso rol: Rosas
asumiría el cometido de mandatario y excelso dirigente de
lo que devendría en un evidente e irrecusable gobierno
populista. Esta actitud
generó, como contrapartida, el extraviado desprecio por el
"olor a pueblo" que se advirtió en buena parte de la
oposición,  en cuyas filas se ubicaban gran cantidad
de profesionales e intelectuales,
de esfera ilustrada, provenientes de la ciudad (y aquí
encontramos una nota que marcó en
multiplicidad de casos a lo largo de la historia
argentina esta dicotomía extrema, que en muchos casos
no atinó a un de punto equilibrio
adecuado). La persona del
dictador fue endiosada con enfermiza obsecuencia y
sumisión y este obsesionado engrandecimiento contó
con el apoyo y acompañamiento de una cruenta y despiadada
represión hacia los sectores reacios a efectuar este
enaltecimiento. El bien denominado terrorismo de
Estado llevado
a cabo por Rosas para satisfacer los fines impuestos por su
gobierno, fue acarreado por la Sociedad
Popular Restauradora, también conocida como "La Mazorca",
cuya función
estribaba en impíos y brutales ataques a opositores o, al
menos, "desobedientes" con el objetivo de
aterrorizar a la sociedad y apaciguar cualquier intento de
sublevación manteniéndola así bajo un
control que,
aunque haya surtido efecto por el simple hecho de la indiscutible
y duradera permanencia de Rosas en el gobierno, manifestó
su debilidad a la hora de la caída del dictador, ya que
resulta imposible desconocer que una parte importante de la
sociedad iba quedando excluida y engrosaba las filas de la
oposición.

   Rosas supo, además, alcanzar la
adhesión de los sectores más humildes mediante su
fluído y "cordial" contacto con los representantes de la
Iglesia
católica. Mientras los unitarios quedaron identificados
con las medidas anticlericales de Bernardino Rivadavia, Rosas
gustaba asociar el federalismo con
una estricta observancia de la fe católica;
restauró iglesias y permitió el regreso de
dominicos y jesuitas. Esto
le valió el apoyo de buena parte del clero local, que se
transformó en importante sostenedor de su figura:
habitualmente se oficiaba misa colocando la imagen del
Restaurador junto al crucifijo. Para Rosas, la institución
eclesiástica era una de las más importantes
garantías del orden social y político. Es por esto
que la controló rígidamente: se reservó el
derecho de patronato, en lo relativo al nombramiento de
sacerdotes, y mantuvo a distancia la jurisdicción
papal.

   Incursionándonos en su postura ante las
perspectivas de la añorada unidad nacional, los pactos
interprovinciales,  resultantes de un método
político que se mantuvo ininterrumpidamente hasta 1853,
son documentos
fehacientes que evidencian el deseo de las partes signatarias por
constituir un país organizado y sentaron las bases para la
futura disposición más adecuada de la nación
y el territorio, a fin de lograr el "engrandecimiento de la
República"; a pesar de mantenerse en el poder largos
años, Rosas no organizó el país, aunque
impidió la disgregación del territorio, contuvo la
anarquía y habituó a los gobernadores provinciales
a aceptar las directivas del gobierno central. Si bien esto puede
recalcarse como rasgo positivo, la impronta del legado conferido
por Rosas no pudo ser ignorada por los hombres que lo sucedieron
y resultó inquebrantable: ya llegado el régimen al
ocaso, su conductor dejaba en herencia los
resultados de una política
económica compacta y consistente que le había
otorgado el respeto de los
sectores extranjeros beneficiados a través de un creciente
dominio de la economía nacional. Así y todo,
resulta inadecuado ignorar que Rosas se halló en medio de
una encrucijada que consistía en su propia
contradicción en cuanto a la preferencia por políticas
provechosas para el capital
externo o, más bien, en favor de comerciantes y
estancieros nacionales. Frente a este altercado, en cierta
instancia se inclinó hacia los intereses locales,
acoplándose al proteccionismo, que, consecuentemente,
motivaría y enardecería una serie de bloqueos
económicos, efectuados por Francia e
Inglaterra, que
instaron al gobierno nacional a la supresión y
eliminación de estas medidas económicas. En medio
de las guerras y los
diversos conflictos y
enfrentamientos políticos, el gobernador de Buenos
Aires,  hacendado antes que nada,  no había
encontrado las mínimas dificultades para proteger los
intereses económicos propios y ajenos, actitud que le
valió el reconocimiento de las clases dominantes; nunca
comprometió las ganancias de productores y comerciantes y
echó mano de recortes presupuestarios y congelamientos
salariales para compensar las dificultades del tesoro provincial.
El fusilamiento de Camila, puso en duda su reputación y
desencadenó su caída.

Sociedad y
Opresión en la Época de Rosas

           A
partir de la película Camila pudimos efectuar un análisis sobre la sociedad porteña y
la vida política argentina en los últimos
años de la gestión
de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos
Aires. El film ofrece de manera muy ilustrativa una muestreo general
de los distintos estratos sociales y de la manera en que
transcurre su vida, enmarcando todo ejemplarmente en esa peculiar
coyuntura política argentina del año 1849. Camila
es una joven muchacha, hija de un gran hacendado federal, jefe de
una familia de la
aristocracia argentina. Pertenece su familia al estrato social
más elevado y por supuesto goza de todos los privilegios a
los que esa clase tiene
acceso. Participan, por ejemplo, en  suntuosas reuniones a
las que acuden  poderosísimos estancieros, 
muchas veces hasta el mismo Rosas. En la película se
advierte que toda la vida  está impregnada del
régimen rosista, aunque paradójicamente Rosas en
persona no aparezca jamás. Tal es así,  que en
la vida porteña prevalece, sobre toda conducta, un
omnipresente sentimiento de intimidación, que Rosas logra
hábilmente infundir mediante su cuerpo militar, La
Mazorca, encargado de "restaurar las leyes". En la
película se respira un aire de dictadura, de
represión y de silencio, que se entreve  a nivel de
distintos ámbitos: en las calles o en la intimidad de
la familia,
entre otros.

           
Hay una serie de escenas que consideramos  de vital
importancia debido a que a través de ellas,
principalmente, la película expresa e inspira  una
noción panorámica de aquella sociedad
porteña, envuelta en aquel clima
dictatorial: se trata, en primer lugar, de la escena en la cual
el obispo le hace notar al cura Ladislao que no está
vistiendo la obligatoria divisa punzó, ante lo cual el
cura pretexta que se la ha olvidado.  El obispo entonces
saca de su bolsillo una de esas cintas rojas y se la coloca
cuidadosamente al cura, mientras le comenta que  él
siempre lleva alguna para casos de emergencia; por último
le aconseja, con falsa gentileza, que no vuelva a incurrir en un
descuido semejante. Esta escena hace una magnífica
alusión a una de las medidas tomadas por Rosas en su
gestión: el uso obligatorio de la divisa punzó.
Esta cinta roja debía colocarse del lado izquierdo del
pecho; los civiles y eclesiásticos usarían el
distintivo con la palabra federación y los militares con
"federación o muerte". Este
decreto discriminatorio de Rosas cuya finalidad era
señalar visiblemente a los adeptos y la los disidentes del
régimen, nos obliga hoy a establecer una asociación
con otro régimen que tuvo lugar más de un siglo
después, en términos temporales, y en
términos espaciales a varios kilómetros de
distancia . Se trata de la Alemania nazi,
que de la misma forma, por decreto, hizo colocar a los judíos
de Varsovia obligatoriamente sobre sus brazos una estrella de
David trazada en tela, a los efectos de discriminarlos del resto
de la sociedad. Por otro lado, no eran diferentes los destinos
que les eran reservados a los disidentes de ambos
regímenes.

El destino de los opositores de Rosas es también un
tema tratado por la película. Nos parece interesante citar
una escena que consideramos una de las más impresionantes
y conmocionantes del film, y que ilustra sin rodeos el accionar
más que morboso de la Mazorca. Se trata de la escena en la
que la policía impide el tránsito de una calle
porque está colgada en lo alto la cabeza de un hombre. Ese
hombre, frecuentado por Camila,  era un vendedor de libros
censurados por el régimen.

           
Uno de los méritos más importantes de esta
película, como ya hemos mencionado, es el de saber
expresar aquel sentimiento general de intimidación, de
temor, de represión, presente en todos los ámbitos
de la vida cotidiana de la época. La escena que hemos
comentado recién  da cuenta de una dictadura que
estaba en las calles, que de pronto obstruía el paso a
algún lugar, estrechaba las libertades, asesinaba a un
conciudadano. Los hombres se saludaban al grito, también
debidamente impuesto, de
"viva la federación".

               
Pero la sensación de prisión y de sometimiento
también imperaba en la privacía de los hogares,
encarnada en la figura del padre. El film nos permite conocer la
conformación y la intimidad de una familia miembro de la
aristocracia argentina. La intimidación se impartía
en la unidad funcional de la sociedad, la familia; cada una
constituía un pequeño régimen dentro del
gran régimen. En la película hay una escena que
ejemplifica esa conducta  cotidiana desde un simple almuerzo
familiar. El padre, autoritario y severo, y los demás
hombres, dirigen la conversación y tienen derecho a
efectuar discursos
largos y libres, plenos de opiniones y consideraciones
personales. Las mujeres, en cambio, comen
atentas y callan. El ejemplo de mujer sumisa y
obediente de la época, lo da la madre de Camila, y el
ejemplo de subversión, es tanto el de Camila, como el de
su abuela, que había tenido amoríos
con el virrey y había sido condenada a reclusión
perpetua. Es en ésta reunión familiar, que Camila
viola las reglas propias de la mujer de la
época, no solo en el sentido de que expresa su
opinión sino también en la dura crítica
que realiza al régimen de Rosas (al que el padre de
Camila, como todo buen terrateniente de la época,
adhería). A su vez, el padre de Camila la instiga a
casarse ("El matrimonio es el
orden, ni una mujer ni un país pueden vivir sin orden").
Está claro que Camila no quiere adquirir esas
"cualidades", que se rehúsa con vehemencia a quedarse en
silencio y a aceptar. Ella es la que está en contra del
"orden establecido" en esa sociedad y en esa familia. Y siendo
igual a su abuela, (porque así la califica su mismo
padre), es de la misma manera eliminada de la sociedad; Camila es
ejecutada; su abuela, recluída en la habitación
más retirada de la casa. De este modo pensaban y actuaban
los hombres dirigentes de la política argentina de
entonces. Ellos son los que mandan buscar y ejecutar a Camila y a
Ladislao; y entre ellos se encuentra el poderoso hacendado, el
padre de Camila. Esto, creemos, deja en claro los intereses que
prevalecían ante todo en el espíritu de estos
hombres, quienes, al parecer, eran bien capaces de renegar de
una  hija y de abandonarla,  embarazada, a una muerte
deshonrosa,  en virtud de no alterar sus ambiciones
megalómanas de poder político y económico,
enmascarando como principio moral lo que
en realidad no era más que una soez y penosa  avidez
de riqueza. Inclusive en un momento unos hombres intentan impedir
la ejecución de Camila evocando a las leyes, que no
permitían tal castigo a una mujer encinta. Pero el temor a
mostrar debilidad ante los Unitarios es más fuerte y el
mismo Rosas firma una carta en la que
se deja bien en claro el inexorable destino de los dos
amantes.   

           
Es interesante, por último, echar un vistazo sobre la
institución eclesiástica en el régimen
rosista. Testigo y cómplice de las 
carnicerías libradas por La Mazorca, la iglesia se
encontraba del lado de los poderosos y de los soberanos, actitud,
ésta, que habría de repetirse en muchas ocasiones,
según enseña la historia. Para mencionar un
ejemplo,  aquel comportamiento
de la iglesia, cómplice de un poder dictatorial, de facto,
es el mismo que mostró durante el proceso
militar de los años 1976 – 1983, en Argentina.

Perón/Rosas –
Comparación de Dos Dictadores Argentinos

Cuando analizamos un hecho es absolutamente necesario no
sólo comprenderlo, revisarlo, dimensionarlo en la realidad
que dicho hecho plantea, sino en la realidad misma que
condicionó su aparición. De esta manera, resulta
imprescindible aceptar e investigar los sucesos históricos
que apuntalaron la formación de Camila,
porque son éstos los que le dieron forma, sentido y
contundencia. Toda obra de arte resulta un
frío espejo, ante el ojo crítico, del momento en
que salió a la luz.

           
La película de María Luisa Bemberg "Camila" fue
creada y presentada al público en 1984. Siquiera
más de dos años eran del final de la última
dictadura
militar. Las eternas dudas y discusiones que la figura de
Perón
suscitó en el pueblo argentino fueron, desde su
aparición como líder
político, y a través de la historia del
país, factores que condicionaron – y aún
condicionan- las mentes argentinas, su política, su arte.
Pero el gobierno sanguinario de las juntas, su crueldad,
despiadada hasta el extremo, motivó ya durante la
dictadura misma la aparición de movimientos culturales
(tales como el teatro
Parakultural); arte que se postulaba, a manera de protesta,
contra la insanía y el sadismo, y que habría de
persistir luego de la asunción de Alfonsín, ya no
como estandarte de lucha, sino como avivador de la memoria.
Estos temas, pues, están latentes en las obras de
numerosos artistas de la última mitad de siglo, y en
particular los últimos 30 años.

           
Camila está, por lo tanto, teñida por
una temática que es imposible evitar a la hora de ser
analizada. La postura de la directora y creadora del filme,
consciente y comprometida, la condujo a jugar con una de las
"verdades" más familiares y conocidas por el país,
transmitida por los revisionistas, y es la de la trilogía
San
Martín- Rosas- Perón. A partir de esta
conexión Bemberg realiza un relato alegórico, en el
cual la figura de Rosas es equiparable a la del presidente Juan
Domingo Perón.

           
Pero, aparte de otras similitudes entre las dos figuras, que los
que crearon la "trilogía" bien se encargaron de encontrar,
la importancia de esta analogía reside en la actitud
cobarde, sanguinaria frente a la oposición, actitud que
compartieron estos personajes con el gobierno del proceso, y que
produjo estragos en la población a través de persecuciones
a grupos
disidentes. Persecuciones perpetradas por grupos curiosamente
similares, cuyo parecido no supieron ver los revisionistas: la
mazorca, la AAA, y las fuerzas paramilitares del proceso. "Yo no
decido, sólo ejecuto las órdenes que me imponen" se
justifica un guardia de Santos Lugares frente a los ruegos de
Camila.

En un país en el cual "ni un chingolo se mueve sin que
lo sepa el Gobernador", Camila  constituye un personaje
anacrónico, por cuanto no representa tan sólo a la
jovencita que desequilibró a la sociedad rosina de 1849,
sino a todo embrión generacional que amenaza con romper
las estructuras de
un sistema corrupto
el cual ya nada puede hacer por sostenerse a sí mismo.
Camila fue intolerable para el pueblo de Rosas porque
significó, al rebelarse, la inminencia de la caída
del Gobernador, la aparición de un grupo de
ideales nuevos, que arrasarían con la necedad y brutalidad
de la restauración, que en sus últimas
épocas no devino en otra cosa que en la paranoia misma de
la AAA o del proceso.

 

 

 

 

Autor:

María Luisa Bemberg

Sebastián Brarda

Julián Szpilbarg

Pilar Bustos

Santiago Sorter

4to 5ta CNBA

Partes: 1, 2
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